Aún se pueden ver en el barro
las pequeñas huellas del queltehue
muerto esta mañana
Jorge Teiller
Al
interior de un acto, existen un sinnúmero de variantes posibles que se
desencadenan para que se origine un resultado posible. Dentro de un posible
rol, el azar queda fuera del juego. Es decir, estamos hablando de un
determinismo dado, en el que el resultado de un acto tal es motivado por una sola
sucesión de hechos que la ocasionaron. Y es por esta razón, la cual, un gol
puede ser reconocido como un milagro. Que el balón sea pateado de tal forma que
éste pase por un par de defensas, que no pudieron, aunque trataron, de bloquear
la pelota; que a su vez, el arquero, utilizando toda su estatura y la agilidad
disponible y aunque haya estirado hasta el último de los dedos, apenas rozó la
pelota, culminando toda esto en el milagro del gol, es un hecho tal, que si se
modificara cualquiera de estas condicionantes, el resultado estaría lejos de
ser el mismo. Es un hecho irrepetible.
Una
fotografía también participa de esta serie de sucesos, ya que otorga un solo
resultado posible cuando estamos hablando de la fotografía entendida, a la
manera clásica, como momento decisivo. Comprendiendo este punto, se puede decir
que hubo una cadena de hechos en el que se dio una determinación tal, que hizo
que una fotografía resultara como lo fue, y no otra. La suma de estos hechos
perennemente congelados, hace que una historia sea contada de cierta manera y
no otra. Eso sí, cuando se reúnen, estos momentos, pueden ser modificados en su
orden de aparición, y por ende, la historia aunque puede ser la misma, inevitablemente
tendrá sus bemoles que la harán distinta cada vez que ésta se cuente. Una
historia narrada jamás será la misma. Entre el ideal y la realidad se extiende
la sombra, como han dicho por ahí. Lo que se quiso en su momento, el resultado
esperado, no puede ser posible. No nos queda ya nada más que la resignación y
la dicha de la certeza de nuestros fracasos o nuestros aciertos inesperados.
La
historia que se tenía en mente, la esperanza de que todo marchara bien, se ha
esfumado. La realidad, para variar, golpea nuevamente. Querer fotografiar el
Parque Quinta Normal involucró una serie de medidas que, en su superficie,
parecían más fáciles de lo esperado. Ante todo, siempre se tuvo la confianza en
fotografiar rostros. Registrar circunstancias y momentos en los que ese rostro
se mueve y se configura dentro de este contexto determinado. Pero, se olvida
que un rostro es un sustantivo, pero también una cosa, que habla y expresa
emociones y gestos que lo hacen maravillosos, congelados en una imagen, pero
que en otras circunstancias, este rostro nos enfrenta en una lucha entre la
privacidad y el autoengaño. Cuál es el motivo del por qué usted, señor, ha
tomado una foto de mi hijo comiéndose una empanada. Por qué le toma fotos a mi
hijo, —sigue atacando—. Le he dado autorización para que le tome una foto a mi
hijo y éste sea luego subido a internet. Borre inmediatamente esa foto o llamo
a carabineros. Y qué hacer, como dijo
Lenin, luego de esta escena. Mejor fotografiar palos y piedras, como se dijo
peyorativamente en su tiempo. Hace mucho, eso sí.
Por
esta razón, me he visto en la obligación de cambiar ese hecho primero, para
contar otra historia.
La historia de la presencia en los vestigios,
en las huellas de esta presencia humana. Una agradable tarde de sol, luego del
trabajo y la cerveza, hace de un momento, presumiblemente normal, en un triunfo
para quien lo ejecuta, y ciertamente para quien lo ve. Dormitar en un mañana
laboral bajo un árbol puede ser reconocido como un acto poético y de
resistencia, a la vez. O cubrirse con una manta roja, encima del pasto verde,
hace del color protagonista de esta historia. A pesar de que esta historia sin
nombre, se cubre solamente con ciertos
colores, éstos son los de este Parque. Verde, rojo, naranjo, celeste, amarillo
y café son los que predominan en estas imágenes. “Utiliza las cosas que te
rodean/ esta ligera lluvia/ tras la ventana, por ejemplo”, nos dice Raymond
Carver en su poema. Y es esto lo que he decidido hacer en este trabajo.
Apropiarme de los elementos que rodean a esta gente para darle un sentido a lo
que pasa generalmente inadvertido. Una cajetilla de cigarros abandonada a la
suerte, por ejemplo, nos habla de un gesto, de un ánimo personificado en esa
cajetilla. Cabe preguntarse el por qué de ese gesto. Pero esto no es lo
importante, sino el gesto.
Es
por esta razón por la cual decidí hacer las fotografías de esta manera. Para
otorgar una nueva oportunidad a lo encontrado en el camino. Sean estos objetos
o personas. En ellas se aprecia este parque. Su laguna y su agua en otoño, los
niños personificados en un columpio rojo, la gente que lo utiliza en las
mañanas y en las tardes para agarrar los últimos rayos del sol que van
quedando, o un automóvil cubierto por una lona que puede simbolizar tantas
cosas. De eso estoy seguro.